Cuando mi padre muera y regrese como un perro,
ya sé cuál será su sonido favorito:
la blanda, casi inaudible boqueada
de los labios de goma de la puerta de la nevera
al despegarse, seguida de esa exhalación
ártica de aire frío;
luego el chasquido de la bandeja de hielo sobre el fregadero
y el suave tintineo que hacen los cubitos
al caer en un vaso.
Incapaz de pronunciar el nombre de su bebida favorita o de expresar
su preferencia por el single malt,
con un ladrido áspero
apuntará la húmeda flecha negra de la nariz
imperiosamente hacia arriba
a la botella del anaquel,
luego se sentará ante mí,
temblando, expectante, el agua cayendo
de la larga rosada colgante lengua
mientras el recuerdo del placer de su vida anterior
le hace temblar como una cola.
Lo que recordaré cuando me alce sobre él,
sosteniendo un cubito chorreante con sabor a whiskey
sobre su boca abierta,
disfrutando del poder que corre por mis venas
igual que corrió por las suyas,
lo que recordaré cuando esté allí de pie
es el centenar de trucos
que me aprendí para complacerlo
y todo el tiempo que creí erróneamente
que era amor lo que escondía en la mano cerrada.
Texto original en inglés: Benevolence, de Tony Hoagland